En Instituto FOC nos gusta rememorar a aquellas mentes privilegiadas que hicieron grandes aportaciones al sector informático y darles, dentro de lo que está en nuestra mano, el reconocimiento que se merecen. Hoy homenajeamos a Alan Turing, un hombre que tuvo tantas inquietudes como profesiones. Matemático, científico de la computación y filósofo sólo son algunas de ellas.
Nacido el 23 de junio de 1912, mostró desde su infancia un interés enorme por la lectura, por los números y los rompecabezas. Su carácter inconformista y sus ganas de saber hicieron que a los ocho años creara su propio laboratorio de química en casa. A pesar de las críticas que recibía por parte de sus profesores seguía investigando y mostrando sus habilidades para los estudios resolviendo problemas atípicos para su edad.
Se formó en el colegio King’s College (Universidad de Cambridge) y, tras finalizar, se trasladó a la Universidad de Princeton. En 1935 ya era profesor en King’s College.
Una de sus creaciones fue la máquina de Turing. Consiste en un dispositivo que manipula símbolos sobre una tira de cinta de acuerdo a una tabla de reglas. A pesar de su simplicidad, puede ser adaptada para simular la lógica de cualquier algoritmo de computador y es particularmente útil en la explicación de las funciones de una CPU dentro de un computador.
Obtuvo el Doctorado en Princeton en 1938 y fue en su discurso dónde trató el término de hipercomputación, el cual ampliaba las máquinas de Turing con las denominadas máquinas oracle, que permitían el estudio de los problemas para los que no existe una solución algorítmica.
Durante la Segunda Guerra Mundial trabajó descifrando códigos nazis. Sus inteligentes observaciones matemáticas dieron lugar a la ruptura de los códigos de la máquina Enigma y de los codificadores de teletipos FISH. Fue en 1970 cuando sus trabajos de ruptura de códigos se pusieron al descubierto.
Creó el primer programa de ajedrez por computadora, generando así un debate sobre la inteligencia artificial que actualmente sigue teniendo cabida. Además trabajó en el desarrollo de la cibernética junto con Norbert Wiener.
Debido a la salida a la luz de su homosexualidad, su carrera dio un giro y cayó en picado. En 1952 la homosexualidad era ilegal en Reino Unido y le imputaron cargos de “indecencia grave y perversión sexual”. Fue sometido a la castración química para evitar así la cárcel y eso le conllevó cambios físicos y anímicos. Su mayor preocupación (y así lo relataba en una carta a su amigo Norman Routledge), era que pusiesen en duda sus razonamientos sobre la inteligencia artificial debido a su condición sexual.
En 1954, y tras varios años de depresión, falleció por envenenamiento con cianuro (que ingirió, sin saberlo, mediante una manzana envenenada). Muchos dudan de que fuese una muerte accidental y defienden la posibilidad de un asesinato pero a día de hoy sigue siendo un misterio.
En 2001 se inauguró una estatua de Alain Turing en Mánchester en reconocimiento a su labor pero no fue hasta 2013 cuando la reina Isabel II concedió el indulto. Incluso, su vida ha sido llevada al cine de la mano del director Morten Tyldum con Benedict Cumberbatch y Keira Knightley en The Imitation Game (2014).
No sé qué pensaréis vosotros pero, en mi opinión, es una pena enorme y una pérdida para la evolución tecnológica que Alan Turing viviese en aquella época y no en la actual, pues una mente brillante como la suya merece ser valorada.